Dino Valls - LIBER FULGURALIS - (2020) (esp)

 

 

Título: LIBER FULGURALIS

Técnica: Óleo sobre tabla

Dimensiones: Políptico articulado de 5 piezas. Abierto: 241 x 259 cm.

Firmado: valls MMXX

Núm. catálogo DV: #354

Año: 2020

 

 




Prólogo

A finales del 2016 recibí la invitación de IBEX Collection para una propuesta muy especial, el proyecto Masterpiece of the Year.

Se trataba del patrocinio para la realización de una pintura en la que yo desarrollara mi labor con total libertad en cuanto a tiempo de realización, dimensiones y formato, complejidad temática, etc.

La particular dinámica profesional de una actividad creativa muy laboriosa y reflexiva como la mía, rara vez encuentra la oportunidad para expandirse al máximo y en completa libertad, sin la presión limitadora del tiempo de su realización técnica.

Después de cientos de bocetos previos y más de dos años de pintura, su resultado fue Liber Fulguralis.

Mi más sincero agradecimiento a IBEX Collection por su absoluta confianza, entusiasmo y apoyo incondicional, sin cuyo soporte esta obra difícilmente hubiera visto la luz.

Dino Valls, Madrid 2021




Soy Merlín, un gato British blue shorthair. La familia de Dino Valls vive conmigo.

 

Desde que lo conozco está pintando el mismo cuadro.

He visto ya dos veces los árboles del jardín quedarse sin hojas.

 

Recuerdo cuando trajeron al estudio unas grandes tablas que después él cubrió de blanco. Eran irresistibles. Recorrí la más grande, tan suave y agradable.

                          Pero incomprensiblemente, Dino me bajó con tono enfadado, y se puso a mirar con detalle algunas huellas que dejé.

 

 

 

 

 


Sin embargo, él mismo se dedicó durante días a trazar sobre ellas líneas y más líneas, con unas barritas de madera quemada.


Los humanos pintores hacen un tipo de alquimia, algo mágico que transforma la materia. Seleccionan derivados del titanio, del cadmio, tierras molidas, huesos quemados en polvo, aceites y resinas, los mezclan y distribuyen cuidadosamente sobre una superficie mediante pelos de otros animales sujetos a varillas de madera. 

 

 

Pero transformando la materia, en realidad lo que transforman es el espíritu. Dicen que el del espectador, pero yo creo que es el del propio artífice.

Veo a Dino transfigurarse cuando trabaja.

 

Dino cubre sucesivamente lo que pinta con nuevas capas de color, más o menos translúcidas, a veces las llama veladuras.

           Sé que los humanos ven más colores que yo, aunque en la penumbra Dino suele tropezarse conmigo si no maúllo cuando veo que se acerca.

Antes de comenzar este cuadro, estuvo mucho tiempo haciendo cientos de dibujos en papeles, unos trescientos, que guarda en un estuche.

                                 A veces uno tras otro, sin parar, otras veces sentado con los ojos entrecerrados antes de retomar el lápiz.

    No me hacía mucho caso.

 

Dice que me ha pintado en el cuadro. Pero me veo pequeño y tosco, mordiendo la pantorrilla del pintor-ilusionista, que deja sus útiles de pintar sobre la mesa para emprender su viaje iniciático, como el loco errante del Arcano.

Le he oído muchas veces hablar sobre este cuadro. Si queréis, acompañadme a recorrer el itinerario iconográfico que describe esta obra. Nada es casual, incluso ni lo que ni siquiera Dino sabe conscientemente por qué ha sentido la pulsión de representarlo.

 

 


LIBER FULGURALIS

Óleo sobre tabla

Políptico articulado de 5 piezas.

241 x 259 cm. (Abierto)

2020

Como veis, es como un retablo, un políptico articulado formado por 5 piezas.

Dino hizo docenas de complejos trazados, dibujos de líneas y círculos como intrincados mandalas, hasta decidir la estructura geométrica definitiva y sus dimensiones exactas.

Le oí hablar de geometría sagrada, de concordancias matemáticas y simbolismo de las proporciones, de vesica piscis y mandorlas, de roseta hexafolia, cubo de Metatrón, espirales de Fibonacci, pentágonos y pentángulos pitagóricos...

El saludo de los pitagóricos a Higía, diosa griega de la Salud, se trazaba en una estrella pentangular. Veremos a Higía personificada en el cuadro, y a su padre Asclepio, el dios griego de la Medicina, fulminado por el rayo de Zeus.

Y el centro del cuadro reproduce esquemáticamente el número áureo representado como Φ, la Phi mayúscula griega.

Los humanos han adorado sucesivamente a las estrellas y a muchos dioses, hasta que el Humanismo centró su adoración en sí mismos.

Y ahora adoran los datos: Bits. O I (cero y uno). La Φ descompuesta.

Hibris y Némesis

Centrado en el nudo sobre la sien del personaje central, el círculo que forman el cuarto de esfera de la cúpula estrellada, el banco de peces descendente y el escualo ascendente del Aquarium, nos sugiere un nimbo rodeando su cabeza y sirve de círculo para la Rota Fortunae (Rueda de la Fortuna), mostrándonos su movimiento levógiro.

 

Asciende uno de los simios (Regnabo), acechando al que corona la obra (Regno), que a su vez ha hecho caer al ya ausente (Regnavi), y en la base se completa esta rueda en la caja bajo los pies de la figura central conteniendo el cráneo fosilizado de un homínido antecesor (Sine Regno).

Y he visto a Dino muchas veces mostrar con su mano ese giro circular, esa rueda que sintetiza la estructura conceptual de todo el político completo, mientras citaba los nombres de Hibris y Némesis.

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La parte derecha del retablo, ascendiendo, describe el impulso creativo, la pulsión que caracteriza al ser humano por traspasar los límites de lo conocido, explorar lo ignoto, el impulso prometéico de robar la chispa divina que les haga trascender su animalidad.



 

La evolución filogenética registrada en el código que la conforma, aparece sugerida en el cuadro: la escalera doble helicoidal nos remite a la estructura molecular del DNA, así como la representación, en ornamento vegetal, de las moléculas de las cuatro bases nitrogenadas que configuran el DNA y que vemos en los cuatro medallones en las enjutas entre los arcos que soportan el escenario central.




Están desarrollando vertiginosamente la biotecnología y la ingeniería genética, la biosíntesis y la biónica, la nanotecnología molecular y la inteligencia artificial en simbiosis con el cuerpo humano.

 

Todo ello es lo que iconográficamente Dino ha representado aquí mediante la TAXIDERMIA.

 

La piel es ese límite físico que conforma su identidad psíquica, su “yo”, que es cápsula que aísla de lo exterior y regula con el entorno, y a la vez es superficie transmisora de información que interconecta con lo que consideran lo exterior, lo ajeno, lo “no yo”, para percibirlo y poder así dar forma a su propia concepción del Universo. Piel, mucosas, retinas, tímpanos, órganos sensoriales buconasales…

Aunque es extraño ese concepto de consciencia del “yo” que han desarrollado, cuando son (y somos) cada uno de nosotros, seres vivos en constante mutación y renovación molecular en nuestra composición, y compuestos a la vez por billones de organismos de distintas especies que interactúan en simbiosis dentro de nuestro propio organismo y sobre la piel.

Ya en el origen mismo de la célula parece que un microorganismo englobó a otro sin digerirlo para transformarse en mitocondria, y la simbiosis funcionó mejor que individualmente.

Dicen que la piel es el órgano más grande del cuerpo humano, y el tejido embrionario que origina el cerebro, es el mismo que desarrolla la piel en el feto.

 

La piel es el escenario donde se representa el drama cíclico de la vida.

 

Ya en el origen mismo de las células, parece que un microorganismo ingirió a otro sin digerirlo, transformándose el segundo en las llamadas mitocondrias, y aquella simbiosis funcionó mejor que individualmente.

 

 

 

 

 

Pero esta nueva simbiosis con la tecnología, con la inteligencia artificial que les interconecta y que trasciende sus límites y consciencias, irremediablemente hace desaparecer el concepto de humanos, para ir mutándolo en una nueva especie transhumana.

 

Pero ya los clásicos les advirtieron de los peligros de la hibris, de creerse dioses inmortales, y representaron en la Némesis el castigo a la arrogancia de un desafío que no contempla su condición animal, y asimilaron el rayo a esa venganza y castigos divinos.

 

EL RAYO, que ya intuimos incluso en la forma en la que se despliega este políptico, y que ya fulminó a Asclepio, es el protagonista zigzagueante y descendente de la parte izquierda del retablo.

Lo vemos en las marcas y quemaduras por fulguración en los hombros de sus personajes, en el teatrillo de cartón rotulado como Theatrum Revelationis”, en el zigzag de las trenzas, en la banda bordada en la cortina, en los corales y las astas del ciervo, en la disposición de cajones y estantes de los paneles intermedios, en las etiquetas y la lectura del texto clavado en el habitáculo izquierdo...

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En la base del panel central, la predella del retablo, como inicio y fin de este itinerario circular y cíclico que es la vida, la figura semisumergida nos remite al origen y al destino, la regeneración y la esperanza (o no) en la continuidad evolutiva de la especie humana a través de la descendencia, como Elpis al fondo del ánfora de Pandora, según el mito griego del castigo a Prometeo.

La tabla que cubre este pozo es una mesa de taxidermista, con sus herramientas, con animales disecados y pieles en preparación. El ciervo, el perro y el ave rapaz, nos recuerdan el mito de Acteón, otro cazador que desafió a los dioses y recibió su castigo, tras quedar fascinado al contemplar la inmensa belleza de la divinidad Artemisa.

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En el panel central, que escenifica un mirador acristalado de un antiguo gran Aquarium, vemos a los dos personajes protagonistas mirándonos.

 

 

He escuchado muchas veces a Dino explicando que el prometéico personaje agachado, que vemos también transfigurado en Asclepio en el panel derecho del retablo, está representando al ser humano en su condición de transgresor de límites, siempre en búsqueda del conocimiento y la conquista de territorios ignotos, todavía agachado sobre un cartel de anatomía humana pero destapando el parche de piel que ocultaba su ojo izquierdo.

 

 

 

Pero la taxidermia ya aplicada en su brazo nos simboliza visualmente esa biotecnología transhumanista que va modificando su condición humana a punto de trascender a una nueva dimensión ya posthumana.







El personaje central subido sobre la caja Sine Regno, lleva en su mano izquierda un pequeño “Liber Fulguralis” (Libro de los rayos) encuadernado en piel-pergamino.

Su retorcido brazo derecho nos muestra las lesiones por fulguración tras haber sido golpeada por un rayo.

Va vestida con dos bandas de pájaros, una de blancos y ascendentes y otra de pájaros negros descendentes.

La banda bordada que rodea su cabeza recoge seis trenzas, cuatro delante y dos detrás, con sus extremos atados entre sí en tres pares que enlazan sus dos mitades, armonizando el conflicto entre los opuestos psíquicos.

Y en ese delicado equilibrio que necesita la evolución humana, está incluso su pervivencia misma como especie. Y ni siquiera sería la primera especie humana que se ha extinguido.

 

Por eso los gatos no somos nunca del todo domésticos…


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 Si queréis un recorrido más detallado por el retablo, 

os recomiendo que toméis antes como guía 

este pequeño dibujo del laberinto. 

Será vuestro Virgilio.


LABERINTO

ITINERARIO ICONOGRÁFICO



Un laberinto pintado en el cuadro, cuya estructura en cierto sentido cartografía toda la pintura misma, nos puede dar algunos itinerarios para ir recorriéndolo en detalle.

Se encuentra en el cajón del tercer estante de la izquierda, aunque en el quinto hay otro similar pero invertido, como el cajón en el que está encolado.

 

  

Una muesca en la base nos sugiere un comienzo en las profundidades del pozo, que es a la vez, escalera ascensional.

Tanto su forma en semiluna como los cangrejos nos sugieren que la mujer que lo habita quizá personifica a Artemisa. Los ciervos y perros del cuadro la acompañan en su baño, tal vez Acteón se encuentre cerca.

En nuestro recorrido por el laberíntico cuadro, parece que volveremos a encontrarnos varias veces con esta figura que también personifica a otras deidades.

El itinerario del laberinto nos lleva a ascender hasta una primera encrucijada.

Por la derecha se abre un recinto sin salida en el que una pata de tejón, preparada para ser montada en un amuleto, nos previene de bloquearse en la superstición y el pensamiento crédulamente elemental.

Allí han quedado algunos de nosotros, los demás continuamos nuestro viaje por la otra ruta que nos conduce hasta la base del panel lateral derecho.

 

 

Allí nos espera la serpiente enroscada en el bastón de Asclepio y ascendemos en el conocimiento hasta una nueva encrucijada: algunos toman el camino que continúa el ascenso pero quedan atrapados en una erudición inútil que igualmente nos bloquea, sin posibilidad de avance, encerrados en la torre del conocimiento estéril.


Para ampliar contenidos, pasa a [ESCENA 1]

 

 

 


 

 


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[ESCENA 1]

ASCLEPIO · HIBRIS

El embozado personaje que ocupa el habitáculo derecho nos representa a Asclepio, dios de la Medicina en la mitología griega. 

 

 

 

 

 





Bajo su capa vemos su mano izquierda junto a la que asoman una garra de halcón, la pata de un perro y la de un ciervo.

Su mano guarda oculto un peón de ajedrez, como el caballero Antonius Block en su partida con la Muerte en la película El séptimo sello” de Ingmar Bergman.

 
  

El suelo está pavimentado con fósiles marinos y las paredes son estantes de madera tallados con ornamentación zigzagueante como el rayo. Alojan libros, los inferiores más antiguos forrados en piel con pelo o pergamino.

Todos van rotulados como “Liber Fulguralis”.

Los libri fulgurales (libros de los rayos) eran escritos de queraunoscopia mántica de los antiguos etruscos.

 
 

En el marco derecho se apoya la vara de Asclepio con la piel mudada de la serpiente enroscada en él.


Más arriba hay clavados tres grabados cuya lectura cronológica ascendente nos ilustra con tres ejemplos de desollamiento: el de Marsias, como castigo de Apolo por haberlo retado creyéndose superior al dios; otro con la versión cristianizada de este mito en el grabado del cuadro “Martirio de San Bartolomé” de José Rivera; y por último el écorché, ya científico, que ilustra el libro de anatomía de 1556 de Juan Valverde de Amusco.

 

 
 


Asclepio, que aquí encarna al Prometeo científico que persigue la trascendencia humana en busca de una inmortalidad posthumana, ya fue castigado por el rayo de Zeus por perseguir ese atributo divino. Finalmente fue convertido por Apolo, su padre, en la constelación de Ofiuco (el serpentario), que vemos bordada en plata en la capa que cubre al personaje, con la constelación de Escorpión a sus pies, aplastada por el mismo Asclepio que sanó a Orión tras la picadura que éste había recibido también como castigo por haber retado a los dioses.

Hibris y Némesis en la antigua mitología...

  

(vuelve al LABERINTO)


Sin embargo, si volvemos a descender para recordar nuestro origen biológico, podremos iniciar después un nuevo camino, en el que reconoceremos nuestra evolución en la doble escalera helicoidal que configura nuestra genética.

En el cuadro veremos con detalle lo que en esquema nos muestra este laberinto, un triple itinerario de experiencia vital ascendente-descendente-ascendente, en el que el ser humano personificado en el carácter prometéico del explorador, del vagabundo errante, del científico, o del artista, va a representar su concepción personal de la existencia, el gran retablo de la vida y la muerte.

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[ESCENA 2]

EL TRIPLE ITINERARIO EN LA ESCALERA HELICOIDAL

La escalera que vemos en el panel intermedio derecho, nos recuerda a la vara de Asclepio con la serpiente enroscada: se desarrolla helicoidalmente sobre su eje en una doble estructura que se identifica con la cadena de DNA y sus pares de núcleobases.

Su inicio en el piso inferior es de piedra, pero el resto de su doble hélice está formado por una escalera de madera que evoluciona enfrentada a otra de hierro.

 A su izquierda se levanta una torre de siete pequeños escenarios, como antiguos teatrillos de juego, comunicados mediante puertas con tramos de la escalera.

 

 

En el inferior, comienzo del primer itinerario, construido en piedra como el tramo de escalera con el que comunica, vemos al fondo el retablo Liber Fulguralis abierto, pero sólo su escenario vacío, sin personajes, animales ni objetos.

Una trampilla abierta en el suelo nos indica que el personaje que está a punto de abandonar la estancia, ya ha visitado el sótano al que da acceso. El viaje pues, ya se había iniciado adentrándose primero en la profundidad oscura y atávica del inconsciente.

 


Nuestro personaje está a punto de abandonar la estancia para acceder a la escalera. La figura recortada del teatrillo nos deja entrever que se trata del vagabundo errante que emprende su iniciático viaje para descubrir nuevos territorios, más allá de los límites conocidos del propio “yo” interior. Lo reconocemos como El Loco del Arcano 0 reproducido en la xilografía del siglo XVIII para el tarot de Marseille que se conserva en el British Museum.

 

En su osado viaje a lo desconocido personifica también al científico, al investigador, al explorador y al artista, por eso vemos en la estancia otra referencia a otro de los arcanos, que es la mesa donde trabaja el mago Le Bateleur de la carta I y que inicia la transformación de la materia. 

 

Aunque aquí sus instrumentos han sido sustituidos por pinceles, paleta, pigmentos y resinas, por lo que nos sugiere el estudio del pintor que está realizando el trabajo. 

¿Por eso el animal que muerde la pierna del personaje se asemeja al gato Merlín?

 

Desde la puerta de este primer plano se accede al tramo de escalera que le hace subir hasta el plano 3º cuya puerta le permite visitar una estancia revestida de madera donde vemos de nuevo el retablo vacío pero en posición cerrada. 

 

Al salir y continuar ascendiendo por la mitad de madera, accede al plano 5º donde se encuentra con el retablo vacío y semiabierto. 

De allí sale para acceder al último tramo que le lleva a una plataforma con dos posibles salidas antes de iniciar el descenso: una escalera casi vertical que le lleva al hueco vacío sobre el techo, u otra puerta por la que accede al interior de la cegadora sala del 6º plano, donde una llama ilumina la cara interior de la silueta que la habita.

 





Tras ese encuentro, puede iniciar ya el descenso por la mitad metálica de la escalera que le llevará al plano 4º donde conocerá a los personajes del cuadro.

 

Sobre un fondo que reproduce el grabado de Flammarion publicado en París en 1888 y que ilustra a un astrónomo explorando los mundos más allá de la bóveda celeste, se ven varias figurillas de un teatrillo rotulado como “Dramatis Personae”.

Los personajes del retablo están aquí reproducidos como en un estadio anterior a los del cuadro: Némesis aún vestida y sin marcas de fulguración, Hybris todavía con un parche en el ojo y sujetando una prótesis de su brazo aún sin taxidermia, Asclepio con la vara y la serpiente que simboliza a la Medicina, delante de su hija Higía, diosa de la Salud que sostiene la copa como su atributo, y la recostada figura femenina del foso semicircular inferior.




Tras ese encuentro seguirá descendiendo por la escalera de hierro hasta el 2º plano donde conocerá a los animales que después incorporará al cuadro.

 

En este teatrillo rotulado como “Animalia” vemos suspendidos pájaros blancos y negros, aves rapaces y cuervos, bancos de peces y tiburones, y las siluetas móviles del ciervo alado, cuyas astas son dos flechas clavadas en su frente, el perro que huye con una mano cortada en sus fauces, un tejón tumbado, y dos simios al fondo que parecen saludarse armónicamente con sus manos izquierdas, cuando ocultan a sus espaldas unas tibias amenazadoramente agarradas como arma.

 

 

Y tras este último encuentro, vuelve a la escalera descendente, nuevamente de piedra, hasta la base. 

Allí no encuentra salida posible, ante sí se abre el abismo que le separa de nuestra mirada. 

 

En la pared descubre cuatro anillas de hierro, cuatro resortes bajo los que leemos cuatro letras, A - T - C - G, las cuatro bases nitrogenadas que componen la estructura del DNA que codifica la transmisión hereditaria de nuestros genes: Adenina, Timina, Citosina y Guanina. 

Tirando emparejadamente de estos cuatro resortes en sus innumerables combinaciones posibles, nuestro explorador de mundos desconocidos puede llegar a activar mecanismos ocultos que le pueden hacer cambiar el curso natural de esta transmisión.

Así le sucede a nuestro visionario personaje, que pone en marcha un mecanismo que pliega el espacio y hacer rotar el panel de la escalera para enfrentar su estancia con la de los pisos adyacentes. De esta forma, vuelve ahora de nuevo al estudio del artista cuya puerta por la que iniciaba su viaje ya sólo da al vacío que ha dejado el desplazamiento de la escalera. 

 

 

De modo que sólo le queda volver a ascender por la misma mitad por la que ha bajado, y en este recorrido va viendo de nuevo todos los pisos visitados, aunque ya sin acceso a ellos. 

 

 

Sin embargo el plano 6º lo ve ahora desde una perspectiva diferente a la anterior visita y le hace enfrentarse a la propia sombra de su inconsciente, como nos muestra ese escenario de teatro de sombras, Theatrum Umbrarum.

 

Tras ese difícil enfrentamiento vuelve a llegar a la plataforma superior y comprueba que ahora, en esta nueva disposición rotada, el último tramo de escalera vertical sí que le da acceso a un 7º piso, un escenario todavía no visitado, oculto aún por un telón. Al descorrerlo y asomarse a su interior descubrirá el retablo terminado, abierto y habitado por todos sus actores.

 

(vuelve al LABERINTO)



Tras ese recorrido que nos ha llevado a descubrir el retablo habitado, una nueva bifurcación del laberinto nos divide: algunos abandonan su deambular por la experiencia del viaje vital y se encierran ya en su Labor Intus”, el trabajo interior, aislados del mundo. 

 

El resto proseguimos el recorrido ascensional al que nos invita el escualo, para entrar en el devenir cíclico de la Rueda de la Fortuna.

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[ESCENA 3]

ROTA FORTUNAE

La naturaliza cíclica de la vida es un concepto que estructura nuestra visión cosmogónica del Universo, ya desde tiempos previos a nuestra Historia.

Se ha representado conceptual e iconográficamente con la Rota Fortunae, la Rueda de la Fortuna. Incluso su nombre latino parece estar relacionado etimológicamente con Vortumna, la que hace girar el año. Pero también se ha asociado con Némesis, por eso la diosa lleva frecuentemente como atributo esta rueda bajo sus pies.

En el retablo intuimos esa rotación levógira ya en el círculo que, como una especie de nimbo, rodea la cabeza del personaje central. Su centro se encuentra exactamente en el pequeño nudo que vemos sobre la sien en el cordoncillo que sujeta la banda bordada que la adorna.

El círculo lo traza el escualo que entrevemos en el acuario del fondo, continúa por el borde de la cúpula que aloja al simio que corona la obra, y se cierra con el banco de peces a la izquierda del acuario. 



En su tramo ascensional vemos a un joven simio al acecho, asomado al pequeño escenario superior derecho rotulado como “REGNABO” (Reinaré), esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre el trono central.

Este trono/ático, cuya cúpula en cuarto de esfera revestida de estrellas nos recuerda a la del grabado del astrónomo Flammarion, lleva inscrito el rótulo “REGNO” (Reino), y sirve de sitial real al gran simio coronado de laurel que domina el retablo. Empuña su cetro, la gruesa tibia que ha usado como arma en su conquista, sin advertir el que le acecha para sustituirle. Quizás le falta el servus publicus que antaño acompañaba al victorioso Emperador para susurrarle periódicamente al oído “memento mori” (recuerda que eres mortal), y evitar así la inflación de su hibris.

 

La madera tallada que rodea su trono ya parece advertirle de su destino, con el alado ser que asciende entre frondosos frutos y el que a la izquierda cae entre espinas.

Ese parece haber sido el destino del destronado, al que sigue con su mirada el ahora reinante, y que deja maltrecho el escenario de la izquierda, con la trampilla abierta y desprendido el rótulo “REGNAVI” (Reinaba).

Completando este eterno girar de la rueda, contemplamos la caja en la que está subido el personaje central, que contiene un viejo libro y el cráneo fosilizado de un antecesor, y rotulada “SINE REGNO” (Sin Reino).

(vuelve al LABERINTO)

Si su recorrido nos ha llevado a acariciar el éxito, hemos de asumir también nuestra caída, y aprender de su amarga experiencia en nuestro itinerario vital.

Nos encontramos con una nueva encrucijada, esta vez con 3 caminos, en uno de los cuales el laberinto nos invita a una segunda oportunidad de enfrentarnos a nuestra labor interior.

 

Pero muchos continuaremos aunque el itinerario se nos muestre amenazante, como nos indica el camino que toma la dirección del rayo, y que vemos iconográficamente representado en ese teatrillo del estante superior izquierdo. Como Theatrum Revelationis”, nos presenta un escenario apocalíptico que inicia la fulgurante disposición en zigzag descendente por cajones y estantes.

La diosa Némesis como castigo a nuestra osada hibris.

Todo este lado izquierdo y descendente del laberinto vital parece conducirnos a un amargo destino, sea cual sea el camino que decidamos seguir.

Vemos que muchos, confiados en la sinuosa serpiente de Asclepio, se reconocen en Higía, protectora de la Salud, aunque la efímera vela de su meta, no augure un reconfortante final.

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[ESCENA 4]

NÉMESIS · HIGÍA

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Némesis, en la antigua mitología griega, es hija de Nix (la noche) y Skotos (las tinieblas), y es hermana de los gemelos Hipnos (el sueño) y Thanatos (la muerte). Castiga la hibris desmedida, el arrogante orgullo de los humanos cuando no contemplan su condición natural, en su afán transhumano.

Themis, la deidad griega de la justicia divina, engendró a Astrea, deidad de la justicia humana y portadora de los rayos de Zeus que Némesis ejecuta.

Pero hasta Astrea aborreció la compañía de la raza humana y huyó a la bóveda celeste convertida en constelación.














Higía, diosa de la salud en la mitología griega, era hija de Asclepio y hermana de Panacea. No es extraño que la misma serpiente que es atributo de su padre, sea la que se enrosca en su copa como símbolo de la Farmacia. Pero al igual que su veneno puede sanar o puede matar, dependiendo de cómo lo utilicemos, no podemos confiar ciegamente en su protección, si no mantenemos un equilibrio natural para asegurar nuestra homeostasis.

Por eso vemos aquí a la diosa, en el panel izquierdo del políptico, como víctima también de Némesis, por la misma arrogancia que su hibris puede generar.


Reconocemos su semejanza con el personaje central del retablo, pero con una expresión totalmente diferente.

Semioculta por la cortina que cruza entre sus piernas, y que torna su brillante raso azul en un oscuro carmesí mediante una cenefa decorada con un rayo bordado en oro, vemos en su hombro y brazo derecho las “figuras de Lichtenberg”, las lesiones por fulguración que el rayo ha dejado en su piel, tras ser golpeada por su chispa.

 

 

Difiere también del personaje central en sus 3 pares de zigzagueantes trenzas, aquí separadas todavía a ambos lados de su cabeza: algunas anudadas bajo sus axilas, y otras más junto a mechones de sus blancos cabellos, continuando mediante tensos cordones anudados a ellos, aferrados a sus pliegues tirando hacia abajo. 

 

Vemos uno rojo ensartando 15 cauríes cuyo extremo inferior sujeta en el dedo anular derecho.

 

 

Otro blanco ensarta 4 colgantes de coral rojo, que nos recuerdan de nuevo la forma ramificada del rayo, y acaba sujeto en 2 dedos de su pie derecho.

 

 

 

 

 

 

 

Otro de color rojo atado a otro mechón de pelo, desciende portando varias etiquetas de papel escrito con versos de la Comedia de Dante. 

 

Son palabras escritas en la puerta que accede a la catábasis de su más oscuro reino: [La cit dolente], [L’etterno dolore], [La perduta gente] y una larga cinta escrita [Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate] que se pierde entre sus piernas. 

 

Otra cadena de oro y perlas se enrosca en su anular izquierdo, y del otro lado vemos bajar una nueva ensartando dientes y huesecillos de dedos, hasta anudarse en su pie izquierdo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El habitáculo tiene un suelo pavimentado con huesos humanos, que nos recuerdan a los fósiles que cubrían el suelo bajo Asclepio en el simétrico a la derecha del retablo, y de nuevo nos aparecen las antiguas mitologías: Las piedras eran los huesos de Gea, la Madre Tierra, con los que los esposos Deucalión y Pirra (por cierto hijos de Prometeo y Pandora respectivamente) renovaron la especie humana tras su destrucción como castigo divino mediante el gran diluvio, otro universal símbolo de la Némesis, común en numerosas culturas y épocas.

Sus paredes están recubiertas con páginas escritas a mano en Latín, con los 20 primeros capítulos del libro de las Revelaciones de Juan de Patmos. Su disposición, con el texto invertido y descendiendo en espiral, nos vuelve a recordar al rayo. Las cuatro veces que aparece la palabra “rayo” en el texto están recortadas de sus páginas y son las cuatro etiquetas [Fulgura] clavadas en la jamba izquierda. En la última página, junto a la humeante vela, termina el capítulo XX con la palabra ignis (fuego), que vemos escrita repetidamente hasta que va desvaneciéndose la tinta de la pluma, al igual que el inminente final de la exigua llama de la vela.

 

Entre los alfileres que sujetan sus páginas a las paredes, vemos dos tras la rodilla derecha que atraviesan, como en un muestrario de entomología, un arácnido y una avispa, con sus etiquetas. La Anelosimus Eximius es una araña social que al ser parasitada por la avispa Zatypota Percontatoria, después de que ésta haya depositado sus huevos en su abdomen, ve modificada y controlada incluso su conducta instintiva para la que está biológica y socialmente programada, mediante un proceso de neuroparasitación, que la hace apartarse de su comunidad para construir un nido diferente al de su especie, y que albergará a las larvas de la avispa, cuando muera tras haberles servido ella misma de alimento con su hemolinfa.

 Quizás nos está advirtiendo como un ejemplo en la naturaleza de los riesgos que la manipulación genética o la inteligencia artificial en simbiosis con el ser humano, pueden desencadenar en nuestra especie.

 

(vuelve al LABERINTO)

Si en nuestro laberinto, antes de atravesar la casilla del rayo, intuimos el final que aguarda al grupo que sigue ciegamente a las sinuosa serpiente, y decidimos optar por el otro camino que desciende por los estantes, iremos visitando sus espacios tratando de encontrar un destino más propicio. No obstante, otra encrucijada hacia el final del descenso, volverá dividir nuestro grupo en dos itinerarios divergentes.

 

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[ESCENA 5]

ANAQUELES DE NÉMESIS-1 · LABERINTO · CORÓNIDE

 

El estante superior del recorrido que inicia este descenso en fulgurante zigzag, está ocupado por un teatrillo rotulado como Theatrum Revelationis, título que corresponde a la apocalíptica decoración que lo ilustra.

En su interior, dos figurillas recortadas caen desde una torre fulminada por el rayo, como la Némesis que ilustra el Arcano XVI.

Siguiendo alternadamente el descenso por estantes y cajones, vemos uno cerrado con llave con la filacteria Psychomachia” que nos indica la batalla de la mente en su enfrentamiento entre los opuestos psíquicos. En la pintura que lo decora, una figura agachada se somete al combate entre el ave, que con sus alas abiertas la transforma espiritualmente en un ser angélico, y la serpiente, que parece estrangular el cuello del ave sustituyendo malignamente su cabeza y su voluntad. Nos recuerda el destino del grupo que dejamos en la ciega búsqueda de Higía.

A su lado se reproduce el interior de una decorada sala que contiene varias figurillas de marfil tallado.

Vemos primeramente reproducido un grupo en el que varios niños unidos como siameses van componiendo una secuencia poliforme que acaba enfrentada y saludándose con otro niño que comparte los antebrazos de un anciano colocado tras él. En el mismo borde derecho del habitáculo, otro monstruo múltiple con el torso duplicado avanza ciegamente hacia el precipicio.

Parece otra advertencia a los riesgos que una descontrolada experimentación genética y biotecnológica puede originar.



Descendiendo al estante izquierdo, vemos un espacio abierto también al habitáculo de Higía. Dos etiquetas escritas como Locustae y Locustarum, recortadas de los textos apocalípticos del espacio izquierdo, nos recuerdan de nuevo la Némesis divina, esta vez en forma de plaga de langostas, como nos ilustra la lámina titulada Acrididae.

Ante ella, clavada como en colección de entomología, un espécimen hembra de Mantis.

 

A la derecha, un cajón cerrado en cuyo frontal vemos pegado un papel con la silueta del retablo abierto y con el trazado del laberinto que nos está sirviendo de guía. En su centro, etiquetando el tirador del cajón, podemos leer “Labor Intus”, la referencia al trabajo interior que ya habíamos apreciado anteriormente en nuestro recorrido.


Descendemos otro piso, a la izquierda vemos un anaquel semiabierto en cuyas puertas de madera tallada encontramos dos figuras rodeadas por el cíclico anillo del Ouroboros.

El izquierdo muestra a un hombre decapitado y carcomido en varias zonas de su lado izquierdo. En el derecho a una mujer con el cráneo y el torso vaciados, parece mostrarse como en una ilustración de anatomía. En el interior se guarda una pequeña llavecita de hierro, muy parecida a la que cerraba el cajón superior de esta columna.

A su derecha se abre un nuevo espacio que aloja un par de polaroids veladas en negro, aunque parece intuirse una oscura silueta que nos recuerda la mancha de la primera lámina del test de Rorschach. La pareidolia que hace proyectar nuestra sombra psíquica y atribuir su contenido a divinidades y daimones.


El estante inferior izquierdo contiene un cuervo disecado sobre una peana etiquetada como HUGINN, lo que nos indica que es uno de los dos cuervos que acompañan a Odín en la Mitología Nórdica.

Y como un destello recordamos al personaje Hibris del teatrillo anteriormente visitado en los paneles derechos, y que llevaba el ojo izquierdo tapado con un parche, al igual que Odín tras sacrificar su ojo a cambio de adquirir la sabiduría bebiendo de la fuente del conocimiento, el manantial de Mimir.

 

 

Y en el centro de la mesa del taxidermista veremos al otro cuervo que lo acompaña, todavía en preparación, aunque en una peana a su lado ya leemos la etiqueta MUNINN con su nombre. Huginn significa “Pensamiento” y contemplamos consternados su cautiva condición engañosamente mostrada como libre con su puerta abierta, y Muninn que significa “Memoria”, en proceso de disección sobre la mesa del taxidermista, apoya un ala en otra peana de Museo Natural etiquetada como “Numquam Amplius”, el “nunca más” del cuervo de Poe.

El vertiginoso desarrollo tecnológico contemporáneo para reproducir artificialmente el pensamiento y la memoria mediante la inteligencia artificial, y su posterior aplicación en “simbiosis” con el ser humano, puede llevarnos a transmutar nuestro concepto de especie y acceder a un nuevo estado post-humano en un futuro no tan lejano.


Pero el cuervo nos trae a la mente también a otro personaje de la Mitología Griega: Corónide. Y lo relacionamos por 3 motivos: etimológicamente su nombre significa cuervo. Corónide es además la humana que tras ser poseída por Apolo, engendró a Asclepio, nacido éste del vientre ya muerto de su madre tras ser saeteada por el dios, al enterarse éste de su infidelidad, informado por su cuervo mensajero. Hasta ese momento los cuervos eran blancos, pero tras la maldición de Apolo, mutaron sus plumas a su negro característico.

Corónide es una de las varias identificaciones que podemos asociar al personaje que reposa en el pozo inferior del cuadro, aunque ya Merlín nos advertía de sus múltiples posibilidades simbólicas.

Tras esta nueva visita al pozo, volveremos al laberinto antes de continuar detallando los anaqueles de Némesis.

(vuelve al LABERINTO)

Tras el descenso que nos ha llevado por varios de los estantes de Némesis, el laberinto vuelve a bifurcarse en dos caminos: uno desciende más aún hasta acabar en una mano, el otro la rodea antes de ascender nuevamente.

Muchos seguirán el primero, que llevará de nuevo a visitar al personaje del pozo.

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[ESCENA 6]
 
ANAQUELES DE NÉMESIS-2 · ELPIS

A la derecha de la jaula del cuervo Huginn asoma otro cajón, en todo similar al que vimos más arriba y con el mismo laberinto en el frontal, pero semi-abierto y en posición invertida.

Lo que en el anterior era receptáculo que mantiene y conserva, en éste deja precipitar su contenido al exterior. 

¿Queda algo dentro?

Y esta pregunta nos lleva a recordar los mitos de Pandora y de Prometeo. Hemos visto que Prometeo, en su afán por conseguir la chispa divina que hiciera transcender a la raza humana, nos ha servido de referencia cada vez que citábamos el espíritu conquistador del ser humano, de su ímpetu transgresor de límites en busca del conocimiento más allá de lo conocido. Pero también como paradigma de víctima de la ira divina por su osadía.

Y Pandora, la esposa de su hermano Epimeteo, abrió la caja que contenía todos los males que afectan al ser humano. Como también nos preguntábamos al ver el cajón abierto e invertido, ¿salieron todos?

Quedó dentro Elpis, la esperanza.

 

Por eso la mano dibujada en el laberinto nos lleva a la del personaje del pozo, ahora identificado con Elpis, la esperanza en que la transmisión genética a una nueva generación, que entrevemos todavía sumergida bajo esa mano, encuentre un mundo mejor.

 

Como hermana de Hipnos y Thánatos, y también de Némesis, no es extraño que en la antigua mitología Elpis tuviera una connotación negativa: la engañosa esperanza es la que nos mantiene vivos, persistiendo en el sufrimiento que el resto de los males afligen a la raza humana, a la espera de un estado más propicio en el futuro.

Si buscamos la esencia que caracteriza a los seres vivos, encontramos que nuestro esquema básico común es la lucha por la supervivencia que permita la transmisión de la vida a una nueva generación que perpetúe nuestro fugaz paso, bien con nuestra propia descendencia individual, o bien contribuyendo colectivamente en nuestra sucesión evolutiva como especie.

Vemos que el pozo es también escalera ascensional y renacimiento.

(vuelve al LABERINTO)

Si continuamos hacia el otro camino que baja, vemos el esquema de una cabeza de ciervo, aunque su cornamenta asemeja aquí dos amenazantes rayos, lo que nos recuerda al ciervo recortado en el teatrillo “Animalia” del anaquel derecho, que mostraba dos flechas clavadas en lugar de las astas.

Por su localización en el laberinto y la referencia al ciervo, quizás estemos entrando ahora en la parte del retablo que profundiza en la taxidermia.

Y luego parece descender nuevamente al pozo habitado por cangrejos, y en esta nueva visita, quizá su personaje se nos presente con una nueva identidad.

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[ESCENA 7]

ANAQUELES DE NÉMESIS-3 · ACTEÓN · ARTEMISA

Los siguientes estantes del grupo nos introducen en un amplio recorrido por la mitad inferior del retablo.

Primero encontramos un cajón, casi gemelo al de “Psychomachia”, aunque éste inferior cerrado por el lado izquierdo y sin llave. ¿Será quizás la que se guardaba dos estantes más arriba?

Lleva tallado su título Halitus”, y en su pintura vemos una mujer intercambiando la piel de su espalda con la de un perro. El vapor que exhala la compartida herida abierta y el hálito del perro explican el significado de la palabra latina que lo encabeza. Pero Halitus también tenía un significado figurado como “espíritu”, quizá el que vemos escapar tras ese asombroso intercambio.

 

Tras esta sobrecogedora introducción en la taxidermia, pasamos al anaquel contiguo donde encontramos la cabeza disecada de un galgo similar al que decora el anterior estante, cuyo soporte lleva la etiqueta “Ex Actaeonis”, sugiriendo que pertenecía a uno de los 50 perros de Acteón, corroborado por la cercanía con el ciervo. Nos introduce de lleno nuevamente en la mitología griega y su fatal episodio con la diosa Artemisa.

Dejamos pues para luego los dos últimos estantes del anaquel para saltar al interior del gran panel central del retablo, al grupo disecado a su lado.

Parece que la cabeza disecada que hemos dejado en el anterior estante pertenecía al perro que encontramos en este grupo, aunque aquí ha sido sustituida por una de plata repujada y terciopelo carmesí, similar a la orfebrería de decora los antiguos relicarios, como tratando de sacralizar el contenido de instinto animal que rige nuestro inconsciente.

 

La peana en la que se expone, lleva una etiqueta semiarrancada que nos informa de su procedencia: “Museum Scientiae”, Nº: 2020, y su clasificación taxonómica: Familia: Canidae; Genus: Canis; Species:… , en un intento humano de ordenar racionalmente la inmensa biodiversidad que conocemos, aunque sin querer fácilmente reconocer nuestro contenido filogenético común, que también estructura la base de nuestro paleocerebro.

Sobre su espalda, el taxidermista ha colocado un halcón con las alas extendidas, emblema espiritual en el Antiguo Egipto, que le pica en la base del cuello. Troncos filogenéticos aún más primordiales atenazan nuestro inconsciente colectivo más arcaico, aunque parece que al mismo tiempo nos dotan de una alada dimensión psíquica, que puede transformarnos más allá de lo humano, si sabemos integrarla en nuestra conciencia racional. Y ambos reposan sobre la piel de un ciervo que aún conserva su cabeza y patas delanteras, y cuya cornamenta asemeja la estructura fractal del rayo.

Acteón, discípulo del centauro Quirón al igual que Asclepio, era un hábil cazador capaz de compararse con la mismísima diosa de la caza Artemisa. 

El simbolismo del cazador como emblema del investigador, del explorador o del artista, que en su perseverante persecución de la ansiada presa de lo incógnito, puede paradójicamente verse castigado al alcanzarla. Como Acteón cuando descubrió la virginal desnudez de Artemisa, desvelada en su baño, quedó extasiado ante la esplendorosa epifanía de su belleza, y la diosa enfurecida convirtió al cazador en presa, mutándolo en ciervo que fue devorado por sus propios perros.

La fascinación ante el fortuito hallazgo de la idealizada belleza transhumana puede paralizarnos hasta ser devorados por nuestra propia sombra, nuestros instintos más irracionales, como ya nos advertían los antiguos griegos, o incluso J. P. Sartre denominándolo “El complejo de Acteón”.


Antes de recorrer la mesa del taxidermista, descendamos un momento de nuevo al pozo.
¿Puede ser su personaje también Artemisa en su baño?

Como vimos al inicio del laberinto, muchos detalles nos la identifican con la diosa, además de su cercanía al mito de Acteón recién revisado, y al ciervo, su animal sagrado.

Artemisa, hermana gemela del solar Apolo, es la diosa de la Luna que traía la fecundidad a los campos. La forma del pozo en media luna o en arco de cazadora, serían atributos de la diosa. La acompañan cangrejos, asociados con la luna por su forma y movimiento. 

Como diosa de la caza, también castigó la retadora osadía del cazador Orión enviándole al escorpión, como vimos en el bordado que adornaba la capa de Asclepio. 

 

Pero es también diosa protectora del neonato, de la conservación y renovación de la especie humana, y quizás también por eso la vemos cubriendo con su mano al nonato, aún sumergido en su amnios.

(vuelve al LABERINTO)

Después de esta última visita al pozo, el laberinto vuelve a ascender hasta otra casilla ilustrada con un cráneo, que por su localización identificamos con el que contiene la caja sobre la que está alzada la figura central.

¿Es el presagio de un infausto destino?


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[ESCENA 8]

DIES IRAE · EL SÉPTIMO SELLO

Si observamos los dos últimos estantes que nos quedan, parecen confirmarnos ese aciago final.

El de la izquierda está vacío, aunque intuimos su sonoro contenido, ya que está revestido con partituras. Corresponden a la sequentia litúrgica del siglo XIII Dies Irae”, el día de la ira, que nos devuelve al plano simbólico de la Némesis, y pone sonido a los pequeños cajones y frascos que componen el estante contiguo a su derecha.

 

 

Lo que parece un pequeño gabinete de boticario con cajoncitos para contener fármacos o tinturas, o incluso el de un pintor, con frascos de pigmentos y resinas, se nos abre a otro plano simbólico cuando lo analizamos en detalle con el canto medieval que lo acompaña. Si esta columna descendente de estantes se iniciaba con una escenificación teatral del Libro de las Revelaciones, vemos aquí su apocalíptica conclusión en la apertura de su séptimo y último sello.

 

Las siete trompetas se corresponden con los seis pequeños cajones y la séptima como una frasquera con los siete frasquitos que contienen las siete postreras plagas: Arena, Sangre Negra, Sangre Roja, Azufre, Tinta negra, vacío, y el último roto, conteniendo una etiqueta en la que se lee “Factum Est”, hecho está.

Otra amarga descripción de la Némesis.


(vuelve al LABERINTO)

 

¿Es esta casilla el final del laberinto?

Comprobamos en nuestra guía que aún hay partes de su itinerario que no hemos recorrido. 

¿Estamos aún a tiempo de acceder a ellas?

Si consultamos el laberinto del cajón invertido, vemos mejor iluminada esta casilla con el cráneo, y comprobamos que no hay salida. 

 

Pero la que está en el dédalo que nos sirve de guía, queda en penumbra bajo la concavidad oculta del tirador. 

¿Estamos quizás aún a tiempo de proseguir nuestro itinerario continuando hacia la oscura Labor Intus” en una nueva oportunidad?

Recordemos que la caja con el cráneo, rotulada como “Sine Regno”, no era más que un estadio de la eterna rueda, un paso intermedio antes de la renovación cíclica. Seguiremos pues nuestro recorrido por el retablo, esperando acceder a nuevos conocimientos.

Para ello, volvamos a la mesa del taxidermista.

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[ESCENA 9]

TAXIDERMIA · TRANSHUMANISMO

 

 

 

Bajo el grupo disecado a la izquierda del panel central, se extiende una mesa con especímenes disecados, otros en preparación, y varios instrumentos de taxidermista: frascos y peanas, pinzas y compases, bisturís y raspadores, agujas y punzones, alambres y cordeles.

 

A la izquierda reposan varios pájaros etiquetados como en un archivo ornitológico.

Tras la piel del ciervo, un cráneo de perro parece coincidir con el que hay disecado sobre él. Ya habíamos visto al cuervo Muninn todavía semicosido, ocupando el centro de la mesa.

Y a la derecha, junto a la garra que espera ser montada en el amuleto, vemos la piel de un tejón, entre los dibujos de su preparación y el soporte de alambre y paja ya preparado para su montaje. La humilde pero resistente piel del tejón, fue la elegida como cubierta exterior protectora del sagrado Tabernáculo hebreo.

 

 

Todo el escenario central del retablo, que reproduce el mirador de un antiguo gran Aquarium, tiene su suelo apoyado sobre esta mesa mediante cuatro soportes que forman tres arcos. Sus enjutas están decoradas con cuatro círculos que presentan motivos florales, aunque si miramos con detalle esta ornamentación, vemos que sigue unas estructuras cuyos anillos nos recuerdan la disposición esquemática molecular de las bases nitrogenadas, como las que forman el DNA que transmite la información genética en los cromosomas contenidos en el núcleo de las células, como ya hemos visto al visitar la escalera doble helicoidal a la derecha del retablo.

 

Si sustituimos las flores blancas, naranjas, azules y rojas, por átomos de Carbono, Nitrógeno, Hidrógeno y Oxígeno respectivamente, los tallos verdes por enlaces atómicos simples o dobles, las ondas azules por los puentes de Hidrógeno que unen los pares de bases, y las hebras blancas por las cadenas de Fosfato-Desoxirribosa que las sostienen, reconoceremos las 4 nucleobases del DNA: de izquierda a derecha Timina (semioculta por el ciervo), Guanina, Adenina y Citosina. Es el código que registra, hereda y transmite, y a veces también muta, la información que sirve para construir los organismos vivos. Hay algo más de 3000 millones de estas 4 nucleobases en el núcleo de cada célula humana, cuyas combinaciones emparejadas van componiendo ese código.

 

 

 

 

 

El ser humano está desarrollando en este momento de su evolución, unas capacidades en ingeniería genética, biotecnológicas y biocomputacionales, que hacen prever, a no muy largo plazo, un verdadero salto en su evolución hacia algo, quizás una simbiosis entre orgánico e inorgánico, que ya no podría continuar siendo considerado como especie humana.


¿Es este punto de inflexión el desastroso final que auguraban todas las mitologías humanas, o es sólo un paso más en la evolución de las especies?


Sobre el suelo del gran espacio central del retablo, colocado sobre la mesa del taxidermista y los códigos genéticos, vemos alegóricamente representado a ese nuevo ser.

 

 

Agachado sobre un antiguo cartel de anatomía humana, y con su mano derecha a su espalda, filogenéticamente agarrada al estante del teatrillo “Animalia”, vuelve su cara hacia nosotros mostrando su fría mirada, orgullosamente descubierto ya el ojo antes cegado por el parche que ahora sujeta bajo su oreja izquierda. Aunque en el cartílago de su helix apreciamos el “tubérculo de Darwin”, que nos recuerda de nuevo nuestra atávica procedencia.

A lo largo de su brazo izquierdo se evidencia alegóricamente su afán transhumanista mediante el trabajo del taxidermista, que ha injertado-hibridado desde el hombro, las patas de un ciervo, un perro y un halcón, cuyas pezuñas y garras acompañan a su humana mano.

Con su uña afilada está arañando a la figura central que se levanta ante él.

¿Es éste un gesto de incitación a acompañarle en su nueva condición, o es una angustiada llamada de auxilio y consejo?

 (vuelve al LABERINTO)

 

En este punto del laberinto hemos de ascender a través de la oscuridad del Labor Intus” para conocer al personaje central del retablo y completar así nuestro recorrido.

 

Pasa a [ESCENA 10]

 

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[ESCENA 10]

LABOR INTUS

Tras nuestro laberíntico viaje iniciático a través del retablo, nos encontramos por fin con el personaje en torno al cual ha girado su espiral temática.

De las dos espirales de Fibonacci que involucionan en el panel central del retablo, la descendente finaliza en el cráneo de la caja inferior, pero el vórtice de la ascendente se condensa exactamente en la cabeza de este personaje central.


El peligro de una desmedida hibris del ser humano, no sólo hace que la sombra autónoma de su propio inconsciente sea la Némesis que castigue a la Ratio sometida a esa inflación psicopatológica.

Cuando esa hibris es colectiva, puede conducir al colapso de las civilizaciones, como nos indicaba el historiador Arnold J. Toynbee en su monumental “Estudio de la Historia”, y mucho antes Heródoto e incluso Hesíodo, que en su “Teogonía” la nombraba como causa de las condenas de la sucesivas razas humanas.

Pero esa mítica concepción de las Edades del Hombre como progresiva decadencia, que nos llevaría a abandonar cualquier intento de superación, tiene que ser ahora planteada desde otro punto de vista.

 

En vez de considerar al rayo de la Némesis únicamente como castigo destructor, veríamos lo que esa chispa tiene de inspiración e intuición creadora.

Para muchas culturas, sobrevivir al rayo, como marca de iniciación, despierta poderes psíquicos latentes. Como decía Nabokov, “la imaginación es una forma de memoria”.

Esa inspiración creadora artística, científica o filosófica, hemos de hacerla provenir, no ya de deidades olímpicas, meras creaciones de nuestra proyección psíquica en el extramundo, sino de nuestro profundo interior, nuestro inconsciente psíquico, que hemos de reconocer e integrar en la potenciación psicobiológica del ser humano para evitar esa hibris de consecuencias autodestructoras.

 

 

Tendremos que realizar nuestra Labor Intus personal y colectiva, antes de continuar nuestro itinerario como especie.





Si Heráclito en su concepto del Panta rei kai ouden menei” (Todo fluye, nada permanece) nos indicaba que nuestra evolución puede devenir en un nuevo ciclo posthumano, también entendía la vida como un fluir de opuestos, cuya concordancia debemos saber armonizar para proseguir nuestro camino.
















Y en esta duplicidad en conflicto se nos presenta alegóricamente el personaje sobre el que pivota el retablo, ya desde su ubicación, por una parte axialmente centrado, pero al mismo tiempo vacilantemente elevado sobre la inestable caja de la Rota Fortunae que asoma en el borde mismo del escenario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

Con una mano consulta un viejo librito encuadernado en piel, un Liber Fulguralis en el que busca interpretar los ocultos secretos de lo ignoto, y con la otra señala con su índice el picotazo del ave de presa en la nuca del perro.

 

 

Por un lado vemos las lesiones por fulguración alrededor de su hombro y retorcido brazo derecho, aún no cicatrizadas, y los arañazos en su pierna y pie izquierdos que el impulso prometéico le impone, mientras que por otro lado vemos contradictoriamente su expresión de serena mirada.

 

 

 

La vestimenta que la cubre es también una referencia alquímica a esa dualidad: los pájaros blancos ascendentes y los negros descendentes, representan respectivamente a los procesos de sublimación y precipitación, y su simbólico paralelismo con los procesos psicológicos que se proyectaban en aquella antigua labor de individuación, buscando alcanzar la totalidad del Selbst” (sí-mismo), el verdadero reto transhumano.

En los bestiarios de la Gran Obra, los principios volátiles representados en las aves, interactuaban con los principios fijos como el Azufre, representado frecuentemente como un perro, o el Mercurio ilustrado como ciervo.

Y los colores de las cuatro etapas fundamentales del trabajo alquímico, Nigredo, Albedo, Citrinitas y Rubedo, tienen en nuestro personaje representación en los cuatro que la visten, el negro y el blanco de los pájaros y las cintas amarilla y carmesí que los sujetan.

 (vuelve al LABERINTO)

Este simbólico “Solve et Coagula”, volatilización y condensación, nos hace visualizar esa íntima batalla entre lo espiritual y lo material, y la búsqueda de su concordancia.
 
 

Por eso tras iniciar nuestra Labor Intus”, el laberinto asciende centralmente y pasa de una disposición cuadrangular, ligada simbólicamente a lo material y a la Tierra, hacia un último recorrido de disposición circular, como la rueda que sirve de aura al personaje, y que hace referencia simbólica a lo etéreo y espiritual.

Por él accedemos a la casilla final que nos ilustra el rostro del personaje que la ha alcanzado.

Pasa a [ESCENA 11]

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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[ESCENA 11]

ATARAXIA

Una gotita de sangre en el ala derecha del pájaro blanco central, señala el punto geométrico del retablo en la línea de su horizonte visual, que es punto de fuga donde convergen todas las líneas de perspectiva del mundo material que ha representado.

Y el pequeño nudo en el cordoncillo que cruza la frente de nuestro personaje sobre su sien, nos indica el punto exacto que centra el espiritual círculo de la Rueda que le sirve de halo.

La serena expresión de su rostro nos indica que ha alcanzado la Ataraxia, concepto que los antiguos filósofos griegos definieron en enriquecedora simbiosis con la filosofía proto-budista oriental.

Vemos la armonía de esta conjunción de los opuestos también en la disposición de sus trenzas, que antes veíamos en divergente tensión a la izquierda del retablo, y ahora unen sus extremos formando equilibrados círculos, el frontal anudado con el mismo cordoncillo que sujeta la banda bordada en oro que rodea y concilia sus dos hemisferios craneales.


Sin esa armonía, los recursos destinados a la investigación científica derivarán cada vez más, no hacia la mejora de la especie humana, sino hacia efímeros intereses económicos o de poder.

La masificación materialista contemporánea genera una inconsciente necesidad psíquica compensatoria que busca la presencia de un futuro ser transhumano que la redima.

Pero el peligro es esperarlo una vez más únicamente proveniente de un exterior deificado, esta vez como un hijo de la Ciencia, en lugar de asimilar también nuestro propio profundo interior.

Tras la persona, esa prolongación de la piel que nos enmascara ante lo exterior, se encuentra la consciencia de nuestro Ego, tras la que se extiende nuestro inconsciente personal, donde radica nuestra sombra psíquica.

Estos ámbitos se nos representan alegóricamente en los dos círculos de trenzas delante de su rostro.

Pero detrás de esas dos esferas psíquicas, se abre otra más profunda y arcaica, que va a completar la totalidad de nuestro Selbst: la psique autónoma del inconsciente colectivo, donde radican los arquetipos que proyectamos en los dioses exteriores, también en la Hibris y la Némesis.

Y esta atávica esfera, tiene también su representación simbólica en el retablo, aunque no podemos verla directamente. 

Hay que verla por detrás, en nuestra nuca.

 

Paralelamente a este gran políptico, Dino Valls realizó un pequeño retablo de unos 30 centímetros, réplica exacta del mismo, como una maqueta a escala, aunque con una única diferencia: está pintado también por detrás.

 

En esta nueva visión, el ojo del observador se encuentra en el mismo plano que el del espectador frontal, pero ubicado detrás de la escena, inmerso en el agua primordial del Aquarium.

Desde esa nueva perspectiva volvemos a ver los ventanales del mirador, pero a su través reconocemos a los habitantes del retablo ahora vistos de espaldas.

 

Más allá del escenario apreciamos la trasera del gran panel central del retablo en su caballete, y a la derecha, el autorretrato del propio pintor en su labor, en un guiño cómplice a Velázquez.

Y sobre la nuca del personaje central del cuadro, ahora sí somos capaces de percibir el círculo que forman las dos trenzas traseras unidas, esa tercera esfera psíquica oculta que nos completa.

 


 (vuelve al LABERINTO)

Es la memoria ancestral y heredada que subyace encriptada en nuestro profundo inconsciente, la que nos hace humanos.

Si pretendemos prescindir de ella, de nuestra esencia humana, podemos entonces fácilmente predecir el fin de nuestra especie en una singularidad tecnológica.

Pero si queremos contemplar un futuro transhumano, entendido como un nuevo estadio en nuestra filogénesis, la verdadera singularidad tecnológica tendrá que incluir también los arquetipos de nuestro inconsciente colectivo, nuestro paleocerebro.

-o-

En el oscuro rincón derecho del techo del mirador podemos ver un avispero, con algunas celdillas vacías, otras con larvas, y algunas avispas alrededor.

Repartidas por todo el retablo, podemos encontrar hasta trece avispas.

 

Quizás en el futuro, alguien descubra en el firmamento un grupo de estrellas con la exacta disposición de estas avispas.

Quizás proyecte inconscientemente sus arquetipos en ese asterismo y la denomine Constelación Fulguralis”.

 

Pero ese descubridor, ¿será todavía humano?


Este libro está dedicado, junto con Alicia, a nuestros hijos Gabriel y Guillermo.

 

 






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